MEGUSTATUESTILO

martes, 5 de diciembre de 2006

MENÚ DE UNA FANTASÍA ERÓTICA

Eran las tres de la tarde del mes de abril. Habíamos acabado de comer. No me atreví a hacerle la menor proposición indecente porque sabía que él debía volver al trabajo. Sin embargo no aparentó prisa por partir. Dio unos cuantos paseítos alrededor de la cama, luego encendió la radio. El trío musical cantaba nuestro suculento himno al erotismo: me quité la ropa, me encanta trajinar desnuda en casa. No sabía si ponerme a bailar, a meditar o a templar. Comida y canción nos excitaron, ese helado de vainilla había quedado tan babocito y resbaloso como mi propio sexo. Además me hacía pensar en aquello que en ese momento apuntaba hacia mis pechos a través de la tela de su pantalón azul oscuro. Preguntó si en el refrigerador aún estaba la lata de leche condensada. Afirmé aclarando que la leche estaba más vencida que la momia de Tutankamon. Así es mejor, respondió, lo que me gusta es lo espesa que se pone cuando está vieja. Qué capricho más raro pensé. Él fue hasta el Zanussi, tomó la lata y la abrió con la punta del cuchillo, se la sacó y la introdujo a riesgo de tasajeársela con los bordes cortantes. Vino hacia mí con la picha chorreando, cualquier golosa se hubiera prendido a mamar; las primeras hubieran sido las moscas. Mientras chupaba pensé en aquel consejo que me habían dado hacía menos de una semana: para que los tios no escapen de una hay que untarse de mermelada de melocotón en el chocho y ponerlos a oler, luego a lamer. Cuando terminé hasta la última gota de la leche, fui a buscar la mermelada, pelé un plátano y lo hundí en el recipiente. Esparrancada en la cama metí el plátano en mi papaya. Él se arrodilló, primero devoró el plátano, luego dio lengua. Tomó entonces mis pezones con la miel y colocó el merengue en mi ombligo. Yo me derretía. Al rato confesó que sólo lograría venirse si en el momento en que me singaba permitía que él me cubriera de Nocilla el entreseno y sus alrededores. Trajo un bote recién abierto, abrió la tapa y una vez hubo metido cuatro dedos en el recipiente, me untó con una ligera presión por donde le vino en gana. Nos vinimos, yo tenía el terror que me diera una embolia. Después él colocó dos hielitos en las comisuras de sus labios y me hizo la mamada de Ron Collins, al rato sopló hielo frappé en el interior de mi vagina. El frío la contrajo. Entonces me pidió un palo a la plancha, que es una “cogida” de culo sobre la mesa, si es de mármol mejor; las vértebras terminaron en candela, igualitas que unas costillas de cerdo grillé. Comentó que el menú había estado de primera. Se vistió deprisa argumentando que llegaría tarde a la preparación del plan quincenal.